Los ingratos

NOVELA

AUTOR: Pedro Simón

EDITORIAL: Espasa

Cuando leo en el apartado de Agradecimientos que El olvido que seremos de Héctor Abad ha sido la brújula de la que Pedro Simón se ha acompañado para escribir esta magnífica historia algunas piezas encajan. Encajan la emoción que he sentido mientras volvía las páginas de Los ingratos, el pequeño nudo en la garganta al vislumbrar bajo la niñez de David múltiples destellos de la mía, los afectos retrospectivos que iba resucitando mi memoria a medida que el protagonista avivaba los suyos. Y es que, en mi opinión, pocas veces se ha descrito la pérdida como en la citada novela del colombiano Héctor Abad. Sin duda ha sido y es de los libros que más he recomendado.

La infancia de David, protagonista de esta otra historia, transcurre allá por los 70 entre distintos pueblos de la que va siendo la España vaciada que conocemos hoy. Hasta uno en concreto, que podría ser cualquiera, llegará su madre un año de aquellos destinada como maestra. Los días se suceden en la vida del chico en una grata molicie que abarca las jornadas en la escuela, los juegos con los amigos, los deberes o los tebeos al calor de la lumbre y alguna travesura perpetrada en la era. Lo más exótico que se expondrá ante su vista será el salmón de Noruega de la tienda de ultramarinos, lo más parecido por entonces a un supermercado de barrio. 

El padre permanece ausente la mayor parte del tiempo, por exigencias laborales y por una delegación de funciones en la que prima más el egoísmo que la necesidad. La madre, Mercedes, viendo que no consigue dar abasto para atender su trabajo en casa y en la escuela y que está descuidando a su prole de tres hijos, decide contratar la ayuda de una viuda llamada Emérita. Esta mujer es paradigma del aislamiento en todos los sentidos, no sólo del derivado de su radical sordera, sino también del afectivo y del geográfico pues vive sin familia ni amistades en una casa que es poco más que una cueva en las afueras del pueblo. La señora Emérita, la Eme, perdurará para siempre en el recuerdo de David y en el de todos cuantos quedamos subyugados por esa radiante inocencia suya que casi duele. David y Emérita establecen un inesperado vínculo que los salvará a ambos. La viuda encuentra en el hijo de la maestra al bebé que perdió trágicamente y el chaval halla en esta mujer sorda la solicitud que le escatima su atareada madre. La voz narrativa del David adulto se alterna con los entrañables escritos de la cuasi analfabeta Emérita para los cuales adopta Simón un registro con ecos de Carmen Sotillos, protagonista de Cinco horas con Mario.

No puedo adelantar más sin malograr la lectura de este libro entre el homenaje y la culpa. El título, Los ingratos, ya lo dice todo. Nos interpela a la multitud de olvidadizos que, arrollados por la implacable pujanza del porvenir, aparcamos a quienes sin pedir nada a cambio nos acompañaron hasta la casilla de salida de ese mismo porvenir y cuyas repercusiones en nuestras vidas alcanzamos a valorar indefectiblemente tarde, cuando «te das cuenta de que eres todo lo que te queda por delante, sí, pero también mucho de lo que te queda por detrás» (pág. 254). Por desgracia saber esto nunca previene a tiempo y la ingratitud se reproduce como una maldición en todas las familias.

Me ha parecido una historia redonda, tan conmovedora desde la contención que está contada que confieso haber leído el tramo final enjugándome alguna lágrima. Aparte de la mencionada novela de Héctor Abad, no recuerdo haberme sentido así desde El viento de la luna, de Antonio Muñoz Molina, reseñado también en este blog. Siempre que esto sucede, me sacudo un poco el reciente escepticismo y la literatura vuelve a hacerme sentir agradecida. 

Tomás Nevinson

NOVELA

AUTOR: Javier Marías

EDITORIAL: Alfaguara

Aunque puedan leerse de manera independiente, lo preferible es haber leído primero Berta Isla y luego Tomás Nevinson. Ambas novelas no solo forman una complementaria pareja, sino que también lo son los personajes que les dan título, cónyuges para más señas. Las vidas de este singular matrimonio contadas sólo desde la mirada y el alma de Nevinson quedarían incompletas, así como brumoso el personaje de Berta —tan atractivo en su perturbador tercer plano— el cual nos dejaría con ganas de más de no haberla conocido mejor antes.

Así, quienes leímos Berta Isla sabemos que Tomás Nevinson es un espía angloespañol reclutado en Oxford décadas atrás por el siniestro Betran Tupra mediante una serie de engaños que condicionarían el resto de sus días. De sus actividades al servicio del Reino Unido fuimos sabiendo de manera dispersa en virtud de las lucubraciones en la distancia de su mujer. Ahora, en esta nueva entrega, es el propio Tomás Nevinson el que se relata a sí mismo, difusamente en los personajes que ha sido y con más prolijidad (¡680 páginas!) en el que le toca interpretar en esta nueva y espléndida novela.

Cuando se encontraba prácticamente en dique seco, desempeñando tareas burocráticas en la embajada británica en España, Tupra vuelve a contactar con Nevinson para involucrarlo en una nueva misión. Deberá trasladarse a una ciudad del noroeste español, ficticiamente designada Ruán, adoptando la personalidad de un grisáceo profesor de inglés llamado Miguel Centurión. Una vez allí tendrá que averiguar cuál de entre tres mujeres fue anteriormente la terrorista mitad española, mitad norirlandesa Magdalena Orúe, involucrada en los episodios más sangrientos del terrorismo de ETA. Una vez desenmascarada, Nevinson/Centurión tiene instrucciones de eliminarla para impedir que siga infligiendo eventual daño a la sociedad.

Hasta ahí la interesante trama que recuerda a las historias de John Le Carré en la manera de explorar el lado oscuro de los servicios secretos. Pero, como sucede en todas las novelas de Javier Marías, al rebufo de la trama afloran escrúpulos e incertidumbres agazapados en el corazón humano, suspendidos en el limbo que separa el pensamiento de la acción. No son iguales, viene a decirnos Nevinson/Centurión, los viscerales instintos vengativos —por pertinentes que estos sean— que uno pueda albergar desde la comodidad de su sofá, que esos mismos instintos apaciguados, ¿erradicados?, una vez se han producido el acercamiento al otro y el posible afecto.

Sometida al estilo moroso y concéntrico que caracteriza al autor, esta novela rezuma la misma inquietud que desprende la trilogía Tu rostro mañana, cuyo título bien podría ser una precuela de este argumento. ¿Qué sabe nadie quienes seremos mañana? ¿Se justifica con la muerte decretada de una persona la evitación de la muerte de muchas? ¿Se tiene derecho a una segunda oportunidad, a huir de quien se ha sido? Al margen de lo que establece la ley, ¿cuándo prescriben en el recuerdo los delitos de sangre? ¿Cómo se compadecen la memoria y el olvido? Para que los lectores no nos escabullamos en cómodas abstracciones, Marías nos pone por delante el espeluznante relato del asesinato de Miguel Ángel Blanco, dolorosamente conocido, el cual confieso haber leído con el corazón atenazado por una angustia reminiscente de la de aquel 13 de julio de 1997.

Tres cosas me han sorprendido con respecto a otros trabajos de este escritor al que le leo hasta la lista de la compra. La primera, un más audaz acercamiento al sexo (entiéndaseme siempre dentro de unos austeros límites, no hablamos, gracias a Dios, de E. L. James). La segunda, un sentido del humor que excede las inteligentes ironías habituales y que en esta ocasión me provocaron alguna carcajada, como aquella, allá por la página 417, en la cual, en un despiste y por mecánica asociación de nombres de la milicia romana, un individuo llama Pretoriano a Centurión. 

Por último, creo que Marías se ha superado a sí mismo en las descripciones de sus personajes, no ha dejado ninguna al azar. Tan exquisito esmero ha puesto que la mayoría se nos hacían de carne y hueso hasta el punto de casi poder tocárseles.